En estos tiempos de la web social, cuando es dificil distinguir entre la realidad y lo que se quiere hacer pasar por ella, la famosa virtualidad, asistimos a fenómenos sociales que deben estar proporcionando un abundante banco de datos para análisis de sociólogos y antropólogos. Los historiadores, que tenemos una formación (y una cierta deformación), tendemos a ver la realidad y sus manifestaciones, desde otra perspectiva. Y si tenemos cierta experiencia y conocemos bien el objeto de estudio, nuestra opinión puede servirnos para saber no sólo cuales son las causas (y pretextos) que originan algunos fenómenos, sino en qué pueden derivar. Viene todo esto a colación de los sucesos que se produjeron el pasado miércoles 12 de septiembre, en el acto de apertura del curso académico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Después de
varios meses de encierro en el edificio de Humanidades de la ULPGC, los
estudiantes pre-parados "encerrados" no solo no han visto incrementado su número, sino que han visto mermada su representación y apoyos externos. Somos muchos los docentes, PAS y estudiantes que, desde hace tiempo, venimos hablando con ellos recomendándoles un cambio de estrategia, después de comprobar que están en un callejón de salida, en el que el encierro, un legítimo medio para reivindicar sus ideas, se ha convertido en un fin en sí mismo de su lucha. A falta de una estrategia mejor y, ante la lejanía del objetivo a alcanzar, la estrategia es resistir. ¿Pero resistir para qué?
El pasado miércoles abandonaron su encierro en el edificio de Humanidades y se dirigieron al acto de apertura del curso en el Rectorado. Su objetivo era claro, trasladar su protesta allí donde estaba puesto el foco de atención mediático del día. Querían entrar en el Paraninfo, con sus pancartas, sus megáfonos y sus lemas. Hasta ahí nada que pudiera considerarse imprevisible. La respuesta del Rectorado fue, como era de esperar, igualmente previsible. Durante meses, tanto el Rector como sus Vicerrectores, incluso el Director General de Universidades del Gobierno de Canarias, se han sentado a dialogar con ellos. Les han brindado incluso medios que han hecho su encierro más llevadero, hasta el extremo de que algunos miembros de la comunidad universitaria han mostrado su perplejidad al Rector por este trato a un reducido grupo de estudiantes. Pero para los "encerrados" el 12-S no era un día para el diálogo, sino para conseguir el titular en los periódicos del día sigueinte. Y se encontraron, como era de esperar, con el dispositivo de la seguridad privada de la institución que no les dejó acceder al acto.
En ese instante, alguno de ustedes debería haber mirado atrás para contar cuántos eran. Los estudiantes universitarios no llegaban a quince, aunque es cierto que el grupo era más nutrido, porque se habían unido viejas glorias de
Azarug, estudiantes de Bachillerato, simpatizantes, etc. Aún así, eran muy pocos, no solo para demostrar cuál ha sido hasta ahora su capacidad de movilización (más allá de los seguidores en las redes sociales), sino para poder defender su grado de representatividad. Y en vez de quedarse fuera del Rectorado y captar la atención de los medios informativos, decidieron que, a falta de una estrategia mejor, debían boicotear el acto: "Si nosotros no entramos, los demás tampoco". Pero ni siquiera esto consiguieron. Llegaron tan tarde que la mayoría de los que sí asistimos ya estábamaos dentro y ni siquiera les vimos. Y solo quienes llegaron con el tiempo justo para sumarse a la ceremonia de apertura, se encontraron con el número montado en la puerta. Sin duda, podrán contar a sus nietos que Paulino Rivero casi no pudo entrar al acto. Pero poco más.
Los
estudiantes pre-parados, hasta entonces llenos de buenos argumentos y justificaciones para movilizarse, se convirtieron en unos fascistas que, parapetados detrás de una pancarta, impidieron que algunos docentes, funcionarios de la propia Universidad e invitados, pudieran entrar en el Paraninfo. Ustedes, que hasta ahora habían mantenido una actitud cívica y absolutamente ejemplarizante, que habían obtenido el apoyo y la simpatía de algunos profesores y funcionarios, perdieron en solo unos minutos toda la razón que llevaban. No había justificación para boicotear un acto de apertura de curso que, a diferencia de lo que sucede en otras Comunidades Autónomas, es un acto estrictamente universitario. En nuestra Universidad, al igual que en La Laguna, participan en este acto el Presidente del Gobierno y el Consejero de Educación, pero la única voz que se oye, alto y clara, es la del Rector, la voz de la Universidad. Una voz que podrá o no gustarles a ustedes, pero es una voz que hay que dejar oír. Eso y no otra cosa es lo que siempre hemos hecho los universitarios, incluso en etapas anteriores, que les contaría si tuviera más tiempo.
Una de las jóvenes que estaba en la calle gritaba que "la Universidad es NUESTRA, no de esta gente que está dentro con chaqueta y corbata y sus bolsillos llenos". Paradójicamente quien gritaba estas palabras no es alumna de la ULPGC. En cambio, sí somos universitarios los que estábamos en el acto y que, junto con aquellos que no asistieron, trabajamos cada día para que nuestra Universidad, incluso en períodos de crisis tan graves como el que estamos viviendo, sea cada día más y mejor Universidad. Los estudiantes pre-parados en aquel mismo instante dejaron de ser universitarios. Es más, lo han dejado de ser, incluso, desde el momento en el que el inicio de las clases, el pasado 10 de septiembre, se ha visto alterado por su "encierro" en las tres Facultades que compartimos el edificio de Humanidades. Ustedes, con su "encierro" están provocando que varios cursos no tengan aula. Y están provocando, además, que sus compañeros no puedan recibir las clases que han pagado con esas tasas tan elevadas que ustedes, y nosostros, los docentes, denunciamos.
Compruebo que, después de la intervención de la policía, desalojándoles de la entrada del Rectorado (en lo que ustedes denominan una carga, porque no deben haber visto una de verdad en su vida), la estrategia ha derivado en la
victimización. Pero créanme si les digo que poco van a obtener con ello. Solo conseguirán el apoyo y la complicidad de
los incondicionales que justifiquen la actitud fascista que demostraron al intentar boicotear el acto academico, que es lo que provocó la intervención de la policía. La inmensa mayoría de sus compañeros, estudiantes de la Universidad, y de sus profesores y personal de administración y servicios, opinamos que ustedes se equivocaron. No conviertan su error en una inmolación en el altar de la libertad de expresión. Eso es mucho más que gritar fascistas y asesinos a los policías. Muchos profesores de la Facultad, que el día que vayan por clase tendrán oportunidad de conocer, sufrieron durante el Franquismo qué era la falta de libertad. Y algunos de ellos lo pagaron caro.
Se avecina un otoño, política y socialmente, caliente. Espero que sean capaces de ver qué importante es que los universitarios sepamos defender la universidad pública, políticamente independiente, y de calidad. Sin duda, estarán orgullos de haber sido portada en el
Canarias 7 del pasado jueves, pero sepan que con ello están contribuyendo a la campaña de acoso y desprestigio que estamos sufriendo las universidades públicas. Tienen mucha razón el Rector y el Consejero de Educación, Universidad y Sostenibilidad (también historiador y compañero de nuestra Facultad), cuando el pasado jueves les dijeron que están haciendo mucho daño a la Universidad. En las próximas semanas, coincidiendo con ese otoño caliente, el Ministro Wert sacará a la luz el informe redactado por el
comité de sabios creado ad hoc. Es posible que el Partido Popular aproveche la oportunidad para introducir cambios en el modelo de gobernanza de las universidades. Es sabido que la derecha -y cierto
nacionalismo de derechas como el catalán- pretende que los cargos directivos de la Universidad (incluido el Rector), sean nombrados a dedo. Algún lector del
Canarias 7, cuando oiga nuestras quejas al respecto, se acordará de aquella portada en la que unos estudiantes pretendieron tomar el Rectorado y termine por convencerse de que los universitarios somos un problema y el ministro Wert y su proyecto de Ley son la solución.