Tengo dos hijas. La mayor dice que de mayor quiere ser profesora de Lengua (sic). La pequeña tiene un dilema: unas veces dice que quiere ser también profesora, pero otras veces muestra su preferencia por ser cajera de un Supermercado (la madre y yo estamos intentando averiguar por qué). Aún son muy pequeñas y, posiblemente, dentro de diez y doce años, respectivamente, cuando tengan qué decidir si quieren estudiar una carrera universitaria o qué hacer con sus vidas, sus intereses habrán cambiado mucho. Cuando yo tenía su edad no recuerdo bien qué quería ser de mayor. Por aquellos tiempos de crisis estructural no estaba de moda preguntar a los niños semejantes cosas, preocupados como estaban los españolitos de a pie por cosas más del día a día (como llegar a fin de mes o saber si la democracia iba a ser tan breve como los nostálgicos del franquismo esperaban). Ahora las cosas han cambiado y no es extraño que los padres y otros familiares estén encima de sus vástagos intentando llevarles por el buen camino, que es tanto como decir por la titulación universitaria de mayor futuro. Hace años, allá por finales de los ochenta y comienzos de los noventa,cuando los médicos tenían que ganarse la vida haciendo de representantes de laboratorios farmacéuticos, o dando clases de lo que podían en los Institutos, no eran muchos los que escogían la carrera de Medicina. Pero parece que los tiempos han cambiado. La falta de previsión del Ministerio de Sanidad y Consumo en nuestro país, que es tan endémica como algunas enfermedades, nos ha llevado, de nuevo, a un callejón sin salida: faltan médicos en el sistema sanitario (o al menos a esa falta se agarran los responsables políticos para justificar la pésima calidad del sistema), se importan médicos de otras nacionalidades (algunos de ellos necesitan intérpretes para entenderse con sus pacientes españoles), y las listas de estudiantes que se quieren matricular en las facultades de Medicina registran, curso tras curso, crecimientos espeluznantes, que contrastan con la exigua capacidad de acogida de algunas universidades. Este año no ha sido una excepción, como se puede leer en cualquier periódico de tirada nacional (como en El País), o en los medios locales (como en La Provincia/Diario de Las Palmas).
Lo malo de esta situación, que tiene muchos culpables y un excesivo número de actores, es que la mayoría de los estudiantes que se quedan sin la posibilidad de cursar los estudios de su elección (o de la de sus padres, que tanto monta), suelen achacar la culpa a las propias universidades, que en este caso concreto (y sin que sirva de precedente), no son precisamente las que mayor parte de culpa pueden tener. Y por si fuera poco, no hay cadena de televisión en España que se precie, ya sea pública o privada, que no emita una serie relacionada con la Medicina o los hospitales. Si hace años se habló del "efecto Lou Grant" para justificar el éxito que tuvieron los estudios de Periodismo en España, quizá no estaría de más pensar que sobre este particular, llueve sobre mojado.