Como cada año, el Día de Canarias es aprovechado por todos los canarios para descansar. Y este año, el descanso ha venido bien, sobre todo, a nuestra agotada clase política, que todavía no se ha sobrepuesto de los excesos de la campaña electoral. El pasado domingo 27 de mayo (27-M), se celebraron las ansiadas elecciones locales y autonómicas, que han deparado una rotunda victoria del PSC-PSOE. Como las alegrías de unos son las tristezas de otros, el Partido Popular ha pasado a ser la tercera fuerza política de Canarias y Coalición Canaria ha visto aminorada su fuerza en Canarias. Mayor fracaso ha sido el de partidos como Nueva Canarias, que a pesar de sus esfuerzo por lograr entrar en el Parlamento de Canarias, se ha quedado en la puerta, por mor de la singular Ley electoral que rige en Canarias. Lo más llamativo ha sido el descalabro del Centro Canario Nacionalista (CCN), más conocido como el Centro Canario de Nacho (por Ignacio González, su líder). Más de 1.000 millones de las antiguas pesetas tirados por el sumidero de la avaricia. De nada le sirvió empapelar media Canarias con sus carteles anaranjados (a lo fresh banking), ni sus agresivas cuñas publicitarias en prensa y radio. La cosa me ha recordado a lo de la fallida operación Roca de los alegres ochenta.
En noviembre, en este mismo blog me hacía eco (leer parrafadita) de una encuesta de Hamalgama Métrica que pronosticaba los vientos de cambio que soplaban por Canarias. Al final, la encuesta definitiva (esa que es la única que los políticos dicen creer), ha demostrado que los datos que mostraba aquella encuesta no sólo eran ciertos, sino que incluso se quedaron cortos: el partido socialista ha barrido, la derecha pasa a tercera fuerza política de Canarias y los nacionalistas empiezan a ver el final de su ciclo. Sin duda, el caso más sintomático es el de José Carlos Mauricio, que no ha llegado a ser elegido, siquiera, como concejal en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Triste epílogo de una carrera política que, hace ya muchos años, pronosticaba semejante final. La noche del 27-M se descorcharon algunas botellas de champán (o de cava catalán, que tanto vale), para celebrar la muerte (política) de quien ha asistido a tantos funerales de otros. Veremos si resucita algún día, como Lorenzo Olarte, que esto de la política es como Cuarto Milenio. Para entonces, el Photoshop irá por no sé qué versión y seguro que Mauricio sale más joven en los carteles que Ana Oramas. ¿Para qué gastar en Botox?