Esta semana, al hilo de mis explicaciones sobre el futuro de la Historia, una alumna del primer curso de la Licenciatura de Historia mostró su preocupación por el hecho de que la inminente convergencia europea acarreara la desaparición de la Licenciatura de Historia de las universidades españolas, ya que, según ella, en otros países europeos, los estudios de Historia no tenían rango universitario. Despejé la duda con los mejores argumentos a mi alcance, después de la sorpresa inicial ante semejante idea, expuesta por la interviniente con tal grado de convicción que podría haber hecho dudar a cualquiera que estuviera poco informado del problema. Sólo espero que el resto de la clase se haya enterado de lo que allí expliqué, porque como es algo de lo que no pienso examinarles, a uno le cabe la duda razonable de que hayan entendido mis explicaciones sobre el calado de la inminente reforma de los planes de estudios actualmente vigentes en las universidades españolas.
Llevo varios días intentando explicarme por qué aquella alumna realizó semejante afirmación. Mucho me temo que parte de culpa se deba a las confusas noticias que sobre el tema han circulado en la prensa española en los últimos meses, sobre todo a raíz del desafortunado informe de un comité de expertos (sic), que decidió que algunas titulaciones universitarias deberían desaparecer (verbigracia, Historia del Arte), mientras que otras quedaban en cuarentena, a la espera de decidirse su futura supresión o su amnistía (era el caso, por ejemplo, de la Licenciatura de Humanidades). Aunque luego la Ministra de Educación modificara su posición inicial, después de la movilización social que organizaron los estudiantes y profesores de aquellas disciplinas, mucho me temo que en la mente de algunos universitarios (y posiblemente en buena parte de la sociedad también), haya quedado latente la idea de que la tan traída y llevada convergencia con Europa va a suponer la desaparición de algunas carreras universitarias.
Ciertamente, me preocupa bastante que mis estudiantes desconozcan en qué va a consistir el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (EES), cómo se va a producir la adaptación de las actuales titulaciones universitarias o en qué va a consistir el sistema europeo de transferencia y acumulación de créditos (ECTS). Pero mucho más me preocupa el absoluto desconocimiento que sobre el asunto tienen muchos de mis colegas, más preocupados por el día a día que por saber en qué va a consistir su labor docente en los próximos años. A decir verdad, las únicas voces que se escuchan por ahora son las de algunos sectores del profesorado universitario que, con mayor o menor grado de organización, comienzan a oponerse al procedimiento que se está siguiendo para llevar a cabo esta reforma. La fecha límite del 2010 está cada vez más cerca y todo hace suponer que en los próximos cursos académicos las universidades españolas van a verse sacudidas por una ola de reformas para la que conviene estar preparados.
Hay quien se aferra a la conocida frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela Il Gattopardo (Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie), para permanecer tranquilos ante lo que se avecina. Creo que esta vez se equivocan quienes piensan así y creen que los cambios van a ser de semejante calado a los emprendidos en nuestras universidades en los años noventa. No se trata tampoco, como ha dicho socarronamente algún colega, de la necesidad de que los profesores colguemos nuestros apuntes en Internet o tengamos que llevar el ordenador al aula. Se trata, por fortuna, de mucho más que eso.
Llevo varios días intentando explicarme por qué aquella alumna realizó semejante afirmación. Mucho me temo que parte de culpa se deba a las confusas noticias que sobre el tema han circulado en la prensa española en los últimos meses, sobre todo a raíz del desafortunado informe de un comité de expertos (sic), que decidió que algunas titulaciones universitarias deberían desaparecer (verbigracia, Historia del Arte), mientras que otras quedaban en cuarentena, a la espera de decidirse su futura supresión o su amnistía (era el caso, por ejemplo, de la Licenciatura de Humanidades). Aunque luego la Ministra de Educación modificara su posición inicial, después de la movilización social que organizaron los estudiantes y profesores de aquellas disciplinas, mucho me temo que en la mente de algunos universitarios (y posiblemente en buena parte de la sociedad también), haya quedado latente la idea de que la tan traída y llevada convergencia con Europa va a suponer la desaparición de algunas carreras universitarias.
Ciertamente, me preocupa bastante que mis estudiantes desconozcan en qué va a consistir el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (EES), cómo se va a producir la adaptación de las actuales titulaciones universitarias o en qué va a consistir el sistema europeo de transferencia y acumulación de créditos (ECTS). Pero mucho más me preocupa el absoluto desconocimiento que sobre el asunto tienen muchos de mis colegas, más preocupados por el día a día que por saber en qué va a consistir su labor docente en los próximos años. A decir verdad, las únicas voces que se escuchan por ahora son las de algunos sectores del profesorado universitario que, con mayor o menor grado de organización, comienzan a oponerse al procedimiento que se está siguiendo para llevar a cabo esta reforma. La fecha límite del 2010 está cada vez más cerca y todo hace suponer que en los próximos cursos académicos las universidades españolas van a verse sacudidas por una ola de reformas para la que conviene estar preparados.
Hay quien se aferra a la conocida frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela Il Gattopardo (Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie), para permanecer tranquilos ante lo que se avecina. Creo que esta vez se equivocan quienes piensan así y creen que los cambios van a ser de semejante calado a los emprendidos en nuestras universidades en los años noventa. No se trata tampoco, como ha dicho socarronamente algún colega, de la necesidad de que los profesores colguemos nuestros apuntes en Internet o tengamos que llevar el ordenador al aula. Se trata, por fortuna, de mucho más que eso.