domingo, marzo 26, 2006

Universidad en tiempos de cambio

Esta semana, al hilo de mis explicaciones sobre el futuro de la Historia, una alumna del primer curso de la Licenciatura de Historia mostró su preocupación por el hecho de que la inminente convergencia europea acarreara la desaparición de la Licenciatura de Historia de las universidades españolas, ya que, según ella, en otros países europeos, los estudios de Historia no tenían rango universitario. Despejé la duda con los mejores argumentos a mi alcance, después de la sorpresa inicial ante semejante idea, expuesta por la interviniente con tal grado de convicción que podría haber hecho dudar a cualquiera que estuviera poco informado del problema. Sólo espero que el resto de la clase se haya enterado de lo que allí expliqué, porque como es algo de lo que no pienso examinarles, a uno le cabe la duda razonable de que hayan entendido mis explicaciones sobre el calado de la inminente reforma de los planes de estudios actualmente vigentes en las universidades españolas.
Llevo varios días intentando explicarme por qué aquella alumna realizó semejante afirmación. Mucho me temo que parte de culpa se deba a las confusas noticias que sobre el tema han circulado en la prensa española en los últimos meses, sobre todo a raíz del desafortunado informe de un comité de expertos (sic), que decidió que algunas titulaciones universitarias deberían desaparecer (verbigracia, Historia del Arte), mientras que otras quedaban en cuarentena, a la espera de decidirse su futura supresión o su amnistía (era el caso, por ejemplo, de la Licenciatura de Humanidades). Aunque luego la Ministra de Educación modificara su posición inicial, después de la movilización social que organizaron los estudiantes y profesores de aquellas disciplinas, mucho me temo que en la mente de algunos universitarios (y posiblemente en buena parte de la sociedad también), haya quedado latente la idea de que la tan traída y llevada convergencia con Europa va a suponer la desaparición de algunas carreras universitarias.

Ciertamente, me preocupa bastante que mis estudiantes desconozcan en qué va a consistir el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (EES), cómo se va a producir la adaptación de las actuales titulaciones universitarias o en qué va a consistir el sistema europeo de transferencia y acumulación de créditos (ECTS). Pero mucho más me preocupa el absoluto desconocimiento que sobre el asunto tienen muchos de mis colegas, más preocupados por el día a día que por saber en qué va a consistir su labor docente en los próximos años. A decir verdad, las únicas voces que se escuchan por ahora son las de algunos sectores del profesorado universitario que, con mayor o menor grado de organización, comienzan a oponerse al procedimiento que se está siguiendo para llevar a cabo esta reforma. La fecha límite del 2010 está cada vez más cerca y todo hace suponer que en los próximos cursos académicos las universidades españolas van a verse sacudidas por una ola de reformas para la que conviene estar preparados.

Hay quien se aferra a la conocida frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela Il Gattopardo (Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie), para permanecer tranquilos ante lo que se avecina. Creo que esta vez se equivocan quienes piensan así y creen que los cambios van a ser de semejante calado a los emprendidos en nuestras universidades en los años noventa. No se trata tampoco, como ha dicho socarronamente algún colega, de la necesidad de que los profesores colguemos nuestros apuntes en Internet o tengamos que llevar el ordenador al aula. Se trata, por fortuna, de mucho más que eso.

domingo, marzo 19, 2006

En recuerdo de Carlos Sáez (1953-2006)

El pasado jueves 16 de marzo se celebraba en Madrid el centenario del nacimiento del escritor Francisco Ayala, un hecho que a nadie sorprende, dada la trascendencia de la obra y personalidad del homenajeado, si no fuera por el atrevimiento del granadino por asistir, en primera fila, a dicho homenaje. Ese mismo día, en Alcalá de Henares (Madrid), fallecía Carlos Sáez Sánchez, Catedrático de Ciencias y Técnicas y Historiográficas de la Universidad de Alcalá. Desde hace casi dos años, cuando se le diagnosticó esa terrible enfermedad que nadie se atreve a mencionar por su nombre, luchó contra ella con todas sus fuerzas, pero finalmente el esfuerzo fue en vano. A diferencia de Ayala, a quien el destino le ha brindado la extraordinaria posibilidad de mirar hacia atrás con la perspectiva que ofrece un siglo de existencia, Carlos Sáez ha fallecido cuando apenas acababa de superar los cincuenta años y sólo habían transcurrido ocho desde que obtuviera la Cátedra de Universidad. Sin duda, una muerte demasiado temprana, que cercena una trayectoria docente e investigadora cuando ésta se encontraba en su plenitud, así como una vida familiar que le llenaba totalmente.
Carlos Sáez deja tras de sí una densa producción bibliográfica, parte de la cual puede consultarse en la utilísima base de datos DIALNET, pero no menos importante es la labor que desarrolló en la Universidad de Alcalá, en la que desempeñó la docencia en Paleografía y Diplomática desde su creación en 1978. En efecto, Carlos Sáez logró consolidar el área de Ciencias y Técnicas Historiográficas en aquella universidad y formó a sucesivas promociones de estudiantes en materias como la Paleografía, Diplomática y Codicología. Algunos de sus alumnos más brillantes, a los que dirigió sus tesis doctorales, hoy forman parte del claustro de profesores de la Universidad de Alcalá y desarrollana una activa producción cientifica, con un reconocimiento que trasciende las fronteras de nuestro país.
No es este ni el lugar ni el momento para glosar su contribución a la Paleografía y Diplomática en España, porque otros mejor que yo están llamados a hacerlo en breve, pero el profundo pesar que me conmueve desde hace días no me ha permitido escribir sobre otra cosa. Creo, además, que un espacio como este blog es un lugar apropiado para lamentar la pérdida de un profesor universitario que, con gran clarividencia, siempre supo reconocer el potencial que Internet y las nuevas tecnologías ofrecen a los historiadores. Y es que, además de dirigir y editar, desde 1994 la revista Signo. Historia de la Cultura Escrita, en cuyas páginas se han publicado un buen número de artículos que han ayudado a dinamizar la investigación en estas materias, o además de impulsar los congresos internacionales de Historia de la cultura escrita (cuya octava edición se celebró en julio de 2005), Carlos Sáez puso en marcha proyectos pioneros como Regestalia, en cuya página web se proponía editar los regestos de los diplomas altomedievales de los reinos norteños peninsulares entre los años 711 y 1065. La fatalidad del destino impidió que pudiera culminar éste y otros proyectos que tenía en curso.
Sit tibi terra leuis

sábado, marzo 11, 2006

El coronel sí tiene quien le escriba

Contaba Fabián Estapé en sus Memorias, publicadas por editorial Planeta hace unos años, que en diciembre de 1969, al mes de haber sido designado rector de la Universidad de Barcelona, fue recibido en audiencia por el dictador Franco (bueno, él decía “el general Franco”). Después de hacerle esperar un buen rato, el de Ferrol le recibió y le lanzó la siguiente pregunta: “¿Qué tal va esa universidad?”. La respuesta de Estapé, con la agilidad de ideas que siempre le caracterizó fue, más o menos, la siguiente: “Muy sencillo, tiene que existir el problema universitario porque, en un símil militar, la universidad es un regimiento de coroneles mandado por un coronel, y todos los demás saben que su periodo de mando es breve, limitado y que el que manda será mandado. No sé si esta organización sería buena para el ejército”. La respuesta de Franco, como era de esperar, fue categórica: “No. Padecería la disciplina”.
Viene esto a colación de que “el coronel” que ha regido los destinos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en los últimos ocho años (después de cuatro años como vicerrector en el mandato de Rubio Royo), ha tomado la decisión de lanzarse al ruedo político y postularse como candidato a encabezar la lista de Coalición Canaria, por la circunscripción de Gran Canaria, en las elecciones autonómicas que se preven para la primavera del próximo año. Hasta aquí nada que objetar. A diferencia de otros rectores, que después de desempeñar sus altas funciones, regresan a sus tareas docentes e investigadoras, siempre tan reconfortantes para quienes tenemos la suerte de trabajar en lo que nos gusta, Manuel Lobo ha preferido obviar la posibilidad de “ser mandado por otros coroneles”, que diría Estapé, e intentar promocionar, ni más, ni menos, que al cargo de Presidente del Gobierno de Canarias. Siempre y cuando, huelga decirlo, su partido gane las elecciones y las luchas internas de la formación no coloquen a otro candidato en vez de a él.
Considero que no es una sabia decisión, habida cuenta de cómo está el panorama en el partido político al que pretende incorporarse, pero en cualquier caso es una decisión que todos los universitarios debemos respetar, sea cual sea nuestra orientación política o la opinión que tengamos de la labor que Lobo ha realizado en los ocho años de gobierno al frente de la ULPGC. Ahora bien, una decisión personal de este tipo no debe afectar, ni mucho menos interferir, en el normal funcionamiento de la universidad. La ULPGC, que nació gracias al esfuerzo colectivo de la ciudadanía de la provincia de Las Palmas, frente a la oposición cerril del vivero ideológico de ATI y de una parte de la ciudadanía tinerfeña, debe mantenerse al margen de las luchas políticas. Ha costado mucho esfuerzo sacarla adelante para que ahora, por mor de las legítimas aspiraciones políticas de su segundo rector, la institución pueda verse dañada en el transcurso de lo que ya es, de facto, el inicio de la precampaña política de las elecciones autonómicas de 2007 que, según parece, se presentan muy reñidas. Por tanto, procede que se convoquen elecciones a rector cuanto antes, máxime si tenemos en cuenta que las últimas se produjeron hace ya cuatro años.

domingo, marzo 05, 2006

El negocio de la muerte

Nadie nos educa para saber vivir, menos aún para saber morir y, sobre todo, para asumir la terrible experiencia de asistir a la muerte de un ser querido. A eso, como a otras tantas cosas, nos vamos "educando" con el uso de la costumbre. Desde que los seres humanos tomaron conciencia del significado de la muerte hasta nuestros días, no ha habido ninguna civilización que no haya desarrollado sus propias estrategias para incorporar la experiencia de la muerte en sus prácticas religiosas, éticas, políticas y, por supuesto, económicas. Mi interés por la muerte se limita, por ahora, al estudio de lo que Armando Petrucci ha denominado las escrituras últimas, esto es, el estudio de la función y uso de las inscripciones funerarias y la apropiación de los espacios públicos con la estrategeia de publicitar las virtudes, honores y poderes terrenales de los difuntos, con el convencimiento de sus deudores de que el cultivo de la memoria de los difuntos garantiza, en cierta medida, su posición social.
Cierto es que, en mi afán por contextualizar mejor estas inscripciones, he leído numerosas publicaciones de historiadores, antropológos y filósofos, a través de las cuales he podido acceder a un cúmulo de información tal que, debo reconocerlo, ha terminado por convertirme en un curioso visitante de los cementerios de cuantas ciudades y pueblos visito. Entre las obras cuya lectura más me ha impactado se encuentra un libro que, en los años sesenta, fue un bestselller en Estados Unidos: The American Way of Death (New York, 1963). Su autora es la conocida escritora Jessica Mitford, una británica de buena familia que se destacó por su activismo antifascista en los años de juventud y por su militancia activa en el comunismo y la defensa de los Derechos Civiles en Estados Unidos. Por cierto que, en los años finales de su vida, aquejada por esa grave enfermedad cuyo nombre nadie menciona, Mitford tuvo la entereza suficiente para revisar este libro y publicar una nueva edición (ver portada abajo) que, si bien no gozó del mismo éxito que la anterior, sí que tuvo una buena acogida entre sus inconcicionales lectores.
Su libro refleja cuál era el "estilo de muerte americano" y, sobre todo, los excesos de una poderosa industria generada en torno a los Funeral Homes que, como otras cosas de la cultura norteamericana, ha terminado por extenderse por el resto de los países occidentales. Muchos de los males que Mitford denunció han terminado por anclarse también en nuestro país, donde la muerte ha trascendido del ámbito de lo doméstico para situarse en la escenografía de nuestros modernos tanatorios.
La progresiva secularización de la sociedad española (de la que aún parece no haber tomado conciencia ni la Conferencia Episcopal ni su brazo político), ha provocado que los profesionales del sector sanitario tengan que ampliar su formación en tareas que, hasta no hace mucho, eran exclusivas de los sacerdotes y monjas que poblaban los hospitales españoles. Ya es posible estudiar un Máster Universitario en Tanatología y, para los que no se atrevan a tanto, cursar estudios de extensión universitaria en materias tales como "Enfermería tanatológica" o "Pérdida y duelo", que ofertan la ULL y la ULPGC.
Para quienes quieran ir más allá de lo que debe ser el trance de perder a algún familiar o amigo y deseen erigirse en avanzados de su tiempo, siempre podrán recurrir a la última novedad del negocio de la muerte. Por ejemplo, pueden enviar una escogida selección de las cenizas del difunto al espacio, de la mano de la empresa norteamericana Memorial Space Flights. Si el presupuesto no les llega a tanto siempre podrán recurrir a los servicios de una firma suiza que, por el módico precio de entre 3.000 y 10.000 Euros, transforma nuestras cenizas en un diamante que, en caso de que los familiares lo deseen, podrá ser certificado por el Instituo Gemológico Suizo. Y ya sabemos que, como dicen los joyeros en vísperas del Día de San Valentín, Un diamante es para siempre.