Desde hace tiempo tengo varios asuntos sobre la mesa sobre los cuales escribir una entrada en este incipiente cuaderno de bitácora, pero la retroalimentación de los comentarios de los anónimos visitantes de este blog me impulsan a dejarlos de lado y ocuparme de otros temas. Hay quien, al hilo de mis comentarios sobre los Curriculum Vitae (CV), cree que no estaría de más examinar atentamente algunos de estos CV para comprobar la fiabilidad de la información. A ello añadiría yo que no estaría de más que alguien leyera también esas publicaciones que dicen haberse publicado.
En la última de El País de ayer, Juan José Millás ha escrito una columna titulada Hojear en la que reflexiona sobre la reciente noticia del médico noruego Jon Sudbo que se ha inventado unos cuantos artículos publicados en varias revistas científicas, de esas que llaman "con índice de impacto medio-alto". Llueve sobre mojado, sobre todo si tenemos en cuenta la que se organizó hace unas semanas con las escandalosas noticias sobre los fraudes cometidos por el científico coreano Hwang Woo Suk en sus últimas publicaciones científicas, o las recientes noticias sobre falsificación de fotografías en artículos científicos (leer noticia aquí).
Sostiene Millás, con su habitual agudeza, que parte del problema reside en que, en los tiempos que corren, escasean los lectores y sobran los hojeadores. Y los que nos dedicamos a leer lo que podemos (o lo que nos dejan), sabemos cuán cierta es esta afirmación, sobre todo si la aplicamos a ese género llamado "literatura científica". Al menos en el campo que mejor conozco, el de la Historia, puedo asegurar que son más los que escriben que los que leen, y que muchos de los que escriben lo hacen a tal ritmo que dificilmente pueden tener tiempo para leer, siquiera para hojear, como dice Millás, las publicaciones más importantes sobre el tema que escriben. En efecto, la máxima anglosajona Publish or perish, ha sido interpretada por algunos como una invitación a publicar de forma compulsiva, llegando incluso a llevar a la imprenta el mismo trabajo dos, tres o cuatro veces (en ocasiones sin llegar siquiera a cambiar el título).
Está claro que quienes actúan así confunden cantidad con calidad, pero lo hacen con la impunidad de quienes saben que muy pocos van a leer sus trabajos, revisarán las fuentes que cita, o se molestarán en comprobar sus conclusiones. En efecto, quien actúa así sabe que los colegas se limitarán a hojear sus publicaciones (sobre todo las referencias bibliográficas, por aquello de comprobar si les cita o no), y que, salvo raras execpciones, pocos investigadores leerán en profundidad sus trabajos.
Hace unos años leí un libro que recomiendo, Tribus y territorios académicos, cuyo autor (Tony Becher) defendía que "lo más importante que busca el académico no es el poder, tras lo cual va el político, ni la riqueza, tras la que va el hombre de negocios, sino la buena reputación". Pero, ¿qué reputación?. Para los amantes de los CV sobredimensionados está claro que ésta viene dada por el número de publicaciones (aunque ya puestos podríamos hablar de su peso en kgs), pero para quienes preferimos escribir un buen artículo antes que cuatro regulares, está claro que la buena reputación entre los pares debe venir dada por la calidad de las aportaciones, y no por su número. Creo que es preferible publicar lo justo antes que perecer publicando en exceso. Lástima que la mayoría de los que conceden becas, acreditaciones, complementos retributivos, habilitaciones y sexenios, no piensen lo mismo.