Un colega me envía por correo una de las cartas al director que se publican en la edición de hoy del diario El País. La carta, con el título "Bolonia en su justa medida", está firmada un profesor de la Universidad de Granada (Catedrático de Genética, para más señas). Su autor incide en ella en uno de los muchos problemas que ha traído consigo la aplicación del llamado crédito europeo (ECTS en la jerga universitaria). Se lamenta el autor de la carta de que al final se hayan convertido en un mero cambio de moneda, pero no de unidad de valor, toda vez que la presencialidad del estudiante en las aulas no se ha visto aminorada con la llegada de los nuevos planes de estudios. Y es que, en efecto, las universidades en esto, como en otras cosas, han dado muestras de su proverbial capacidad para encontrar el punto flaco de cualquier reforma legal. Y los estudiantes, los que se supone que iban a desarrollar sus fabulosas capacidades de trabajo aprehendidas (que no aprendidas) en la ESO y en el Bachillerato, se han encontrado con que, en la práctica, una asignatura de 6 ECTS equivalen a unas cuatro horas de clase semanales. Para el catedrático de la Universidad de Granada, la necesidad de "blindar" las cargas docentes del profesorado es lo que ha provocado esta conversión de los créditos preboloñeses (aquellos que equivalían a diez horas de trabajo del profesor, y en ocasiones también, del estudiante) a los créditos boloñeses actuales (esos que equivalen entre 25 y 30 horas de trabajo, ahora sí, del estudiante).
Pero en realidad, el mayor problema no es que la presencialidad de las asignaturas sea mayor o menor del 40% del total de créditos, sino al hecho de que la mayoría de los docentes, como ya advertía hace años en este mismo blog que iba a suceder, no han cambiado un ápice su forma de impartir las clases. Han variado las formas (por ejemplo, los proyectos docentes), incluso la jerga al uso (con la introducción del vocabulario reformista), pero en el fondo, dentro de las aulas, pocas cosas han cambiado. Y eso está generando las lógicas frustaciones de aquellos que creímos que Bolonia era una oportunidad para nuestras universidades, más que una amenaza. Los que confiábamos en que era necesario un cambio en la forma de afrontar la docencia universitaria, contemplamos ahora cómo algunos trabajamos más (entre otras cosas por mor de la evaluación continua y la tutorización), mientras que otros siguen trabajando igual de poco. O menos aún que antes. Y los estudiantes de los nuevos Grados, mientras tanto, siguen sin enterarse de qué es Bolonia. A ellos les hemos vendido los duros a tres pesetas y ni se han dado cuenta.