Sí, ya sé que utilizo mucho las alocuciones latinas, pero debe ser por deformación profesional (professio- nalis deformatio) o porque la lengua de Cicerón nos ofrece una mayor economía en el uso del lenguaje. Y es que, si queremos resumir en tres palabras lo que estamos viviendo en estas fechas los canarios, podríamos utilizar "Carnaval te quiero" o, incluso reduciéndolo a dos, "Carnaval, Carnaval...", que es lo canta el personal, enfundado en sus mejores galas, por las calles de las ciudades y pueblos de nuestra geografía. Pero hay que reconocer que ninguna de ellas resume mejor lo que estamos viviendo en estos días que la expresión Panem et Circenses! del certero Juvenal.
Conste a los que lean esto que me considero un carnavalero en la reserva pasiva, a falta de que mis hijas algún día, cuando crezcan, me animen a volver a incorporarme a filas. Antaño, disfruté bastante de aquellas fiestas que el dictador Franco prohibió durante décadas, cuando a finales de los años setenta volvieron a recuperarse en Las Palmas de Gran Canaria. Primero asistía a los concursos de murgas y cabalgatas como simple público (era muy pequeño aún para que mis padres me dejaran salir de marcha), pero a comienzos de los ochenta ya tuve la venia para poder ir a las verbenas con los amigos del Instituto Tomás Morales.
Pero aquellos carnavales poco, o casi nada, se parecen a los actuales. Se han convertido en un producto más, al servicio de los operadores turísticos para captar la atención de sus potenciales clientes, y son una excusa más del político municipal de turno para promocionar su gestión. En el caso de Las Palmas de Gran Canaria, el presupuesto que se destina al Carnaval ha ido aumentando de forma proporcional al deterioro de la fiesta. Cada vez son más los ciudadanos que se lamentan de que los carnavales son menos populares y festivos, y que están encaminados a la publicidad exterior o a la simple captación de dinero por la explotación de los chiringuitos y terrazas exclusivas (cuya superficie se ha visto notablemente incrementada desde los mandatos PoPulares de Soria y Luzardo). De lo que piensan los vecinos que viven en el entorno del Parque Santa Catalina, mejor no hablar, sobre todo cuando ya lo hecho por ellos el Tribunal Superior de Justicia de Canarias.
En cualquier caso, es gratificante contemplar cómo ayer por la tarde 200.000 personas salieron a la calle para participar en la Cabalgata de Carnaval y que, pasadas las once de la noche, las carrozas aún continuaban desfilando por las principales calles de la ciudad. El día que una cifra similar de ciudadanos salga a la calle para reclamar a sus dirigentes políticos lo que les pertenece, creo que nuestros representantes comenzarán a tener en cuenta lo que piensan de ellos sus representados (o sea, nosotros). No sé por qué, quizá por esa deformación profesional mía, me vienen a la mente aquellas palabras de Juvenal, que puestas en su contexto original, recuperan su plena vigencia: "Desde hace tiempo -exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto- este pueblo ha perdido el interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el Circo" (Sat., X, 76-80).
Pero aquellos carnavales poco, o casi nada, se parecen a los actuales. Se han convertido en un producto más, al servicio de los operadores turísticos para captar la atención de sus potenciales clientes, y son una excusa más del político municipal de turno para promocionar su gestión. En el caso de Las Palmas de Gran Canaria, el presupuesto que se destina al Carnaval ha ido aumentando de forma proporcional al deterioro de la fiesta. Cada vez son más los ciudadanos que se lamentan de que los carnavales son menos populares y festivos, y que están encaminados a la publicidad exterior o a la simple captación de dinero por la explotación de los chiringuitos y terrazas exclusivas (cuya superficie se ha visto notablemente incrementada desde los mandatos PoPulares de Soria y Luzardo). De lo que piensan los vecinos que viven en el entorno del Parque Santa Catalina, mejor no hablar, sobre todo cuando ya lo hecho por ellos el Tribunal Superior de Justicia de Canarias.
En cualquier caso, es gratificante contemplar cómo ayer por la tarde 200.000 personas salieron a la calle para participar en la Cabalgata de Carnaval y que, pasadas las once de la noche, las carrozas aún continuaban desfilando por las principales calles de la ciudad. El día que una cifra similar de ciudadanos salga a la calle para reclamar a sus dirigentes políticos lo que les pertenece, creo que nuestros representantes comenzarán a tener en cuenta lo que piensan de ellos sus representados (o sea, nosotros). No sé por qué, quizá por esa deformación profesional mía, me vienen a la mente aquellas palabras de Juvenal, que puestas en su contexto original, recuperan su plena vigencia: "Desde hace tiempo -exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto- este pueblo ha perdido el interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el Circo" (Sat., X, 76-80).