En estas fechas cercanas a la celebración de la festividad de Todos los Santos solemos recordar a nuestros difuntos. Los cementerios, abandonados y casi desiertos durante todo el año, se convierten, por unos días, en obligado lugar de visita para miles de personas que tienen algún familiar o amigo enterrado en algún camposanto. Pero el resto del año, mientras la mayoría de las personas están ocupadas en su rutina habitual, los cementerios solo son objeto de atención por parte de aquellos que han hecho de la muerte y de los cementerios su forma de vida.
Algunos cementerios, particularmente aquellos que se consideran singulares o que poseen un interés patrimonial especial, son visitados durante todo el año por miles de turistas. Necrópolis como el cementerio de Pere-Lachaise en París, o el Staglieno de Génova, el cementerio judío de Praga o el de Montjuic en Barcelona, son visitados por millares de personas que desean conocer una página menos conocida del patrimonio de estas ciudades.
La semana pasada tuve ocasión de asistir a las I Jornadas Internacionales de Cementerios Patrimoniales, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Univesridad de Málaga, bajo la dirección de los profesores Alicia Marchant Rivera y Francisco José Rodríguez Marín. En ellas participaron un grupo importante de especialistas en la investigación, conservación y divulgación de los cementerios patrimoniales de nuestro país, así como de Europa, a través de la Asociación Europea de Cementerios Singulares (ASCE).
En la Comunidad Autónoma de Canarias tenemos más de media docena de cementerios históricos calificados como Bien de Interés Cultural (BIC), con categoría de Monumento, pero ninguno de ellos pertenece a la ASCE. Los últimos en incorporarse a esta lista han sido el cementerio de Vegueta y el cementerio de los ingleses, ambos en Las Palmas de Gran Canaria. Convendría que nuestros responsables políticos tomaran nota de las buenas prácticas en materia de conservación y divulgación de este patrimonio por descubrir.