Corrían los años noventa del pasado siglo cuando una conocida marca de coches puso en marcha una campaña publicitaria en prensa, radio y televisión (entonces Internet y publicidad eran dos palabras que vivían de espaldas la una a la otra, y nadie sabía qué era eso del marketing viral). Aquella empresa buscaba vender un nuevo vehículo entre la gente más joven y se inventó el término JASP: J(oven) A(unque) S(obradamente) P(reparado). Yo formaba parte, al menos teóricamente, del target al que iba dirigido aquella campaña publicitaria, pero por aquellos años mi beca de investigación no me daba para comprar un coche, ni mucho menos. Y aquella palabra quedó, como otras, sepultada en mi memoria bajo aquellas que, después, se han ido acuñando por publicistas, sociólogos y especialistas en comunicación, para definir a esa generación de jóvenes que, una vez terminados sus estudios, empiezan a abrirse camino en esa jungla que es la vida real. Y digo que había olvidado la famosa JASP, aunque he vuelto a acordarme de ella cuando llegó el diario El País con su serie (Pre)parados, que durante varias semanas ha dado mucho de qué hablar, pero sobre todo, nos ha hecho pensar a muchos lectores.
Me parece que esta serie de artículos que, durante varias semanas nos han puesto un nudo en la garganta a los que nos atrevíamos a leer aquellas historias, constituye una de las mejores que ha realizado El País en mucho tiempo (véanse las reflexiones de la defensora del lector de ese diario, hace unos días). Como profesor universitario, que he ayudado a formar a varios miles de jóvenes, hoy titulados universitarios que luchan por abrirse camino en la vida, me ha servido para recordar cuántos buenos compañeros de clase se han quedado por el camino y qué fortuna he tenido por conseguir trabajar en aquello para lo que me formé. Es una lástima que tantos JAS(P) como los que tenemos hoy en día, con nombres y apellidos, delante de nosotros, lo tengan aún más difícil de lo que lo tuvimos nosotros, hace casi veinte años. Muchos de ellos tendrán que coger la maleta y buscar fortuna fuera de España, no solo para servir de protagonistas en Españoles en el mundo, sino para hacernos reflexionar sobre la terrible paradoja de que hemos invertido en su formación, para que luego sea otro país el que les brinde la posibilidad de realizarse profesional y personalmente.
Algunas de las historias que he leído en (Pre)parados me ha hecho recordar aquellas palabras de Miguel de Unamuno en uno de los los ensayos que forman parte de su obra En torno al casticismo, cuando en aquellos duros años que fueron para España los de finales del XIX, la juventud lo tenía tanto o más difícil para hacer eso que los mayores llaman "labrarse un futuro". Decía Unamuno: "Los jóvenes mismos envejecen, o más bien se avejentan en seguida, se formalizan, se acamellan, encasillan y cuadriculan, y volviéndose correctos como un corcho pueden entrar de peones en nuestro tablero de ajedrez, y si se conducen como buenos chicos ascender a alfiles". Por desgracia en esta nuestra España del estado de bienestar, ni aun así.
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