domingo, marzo 05, 2006

El negocio de la muerte

Nadie nos educa para saber vivir, menos aún para saber morir y, sobre todo, para asumir la terrible experiencia de asistir a la muerte de un ser querido. A eso, como a otras tantas cosas, nos vamos "educando" con el uso de la costumbre. Desde que los seres humanos tomaron conciencia del significado de la muerte hasta nuestros días, no ha habido ninguna civilización que no haya desarrollado sus propias estrategias para incorporar la experiencia de la muerte en sus prácticas religiosas, éticas, políticas y, por supuesto, económicas. Mi interés por la muerte se limita, por ahora, al estudio de lo que Armando Petrucci ha denominado las escrituras últimas, esto es, el estudio de la función y uso de las inscripciones funerarias y la apropiación de los espacios públicos con la estrategeia de publicitar las virtudes, honores y poderes terrenales de los difuntos, con el convencimiento de sus deudores de que el cultivo de la memoria de los difuntos garantiza, en cierta medida, su posición social.
Cierto es que, en mi afán por contextualizar mejor estas inscripciones, he leído numerosas publicaciones de historiadores, antropológos y filósofos, a través de las cuales he podido acceder a un cúmulo de información tal que, debo reconocerlo, ha terminado por convertirme en un curioso visitante de los cementerios de cuantas ciudades y pueblos visito. Entre las obras cuya lectura más me ha impactado se encuentra un libro que, en los años sesenta, fue un bestselller en Estados Unidos: The American Way of Death (New York, 1963). Su autora es la conocida escritora Jessica Mitford, una británica de buena familia que se destacó por su activismo antifascista en los años de juventud y por su militancia activa en el comunismo y la defensa de los Derechos Civiles en Estados Unidos. Por cierto que, en los años finales de su vida, aquejada por esa grave enfermedad cuyo nombre nadie menciona, Mitford tuvo la entereza suficiente para revisar este libro y publicar una nueva edición (ver portada abajo) que, si bien no gozó del mismo éxito que la anterior, sí que tuvo una buena acogida entre sus inconcicionales lectores.
Su libro refleja cuál era el "estilo de muerte americano" y, sobre todo, los excesos de una poderosa industria generada en torno a los Funeral Homes que, como otras cosas de la cultura norteamericana, ha terminado por extenderse por el resto de los países occidentales. Muchos de los males que Mitford denunció han terminado por anclarse también en nuestro país, donde la muerte ha trascendido del ámbito de lo doméstico para situarse en la escenografía de nuestros modernos tanatorios.
La progresiva secularización de la sociedad española (de la que aún parece no haber tomado conciencia ni la Conferencia Episcopal ni su brazo político), ha provocado que los profesionales del sector sanitario tengan que ampliar su formación en tareas que, hasta no hace mucho, eran exclusivas de los sacerdotes y monjas que poblaban los hospitales españoles. Ya es posible estudiar un Máster Universitario en Tanatología y, para los que no se atrevan a tanto, cursar estudios de extensión universitaria en materias tales como "Enfermería tanatológica" o "Pérdida y duelo", que ofertan la ULL y la ULPGC.
Para quienes quieran ir más allá de lo que debe ser el trance de perder a algún familiar o amigo y deseen erigirse en avanzados de su tiempo, siempre podrán recurrir a la última novedad del negocio de la muerte. Por ejemplo, pueden enviar una escogida selección de las cenizas del difunto al espacio, de la mano de la empresa norteamericana Memorial Space Flights. Si el presupuesto no les llega a tanto siempre podrán recurrir a los servicios de una firma suiza que, por el módico precio de entre 3.000 y 10.000 Euros, transforma nuestras cenizas en un diamante que, en caso de que los familiares lo deseen, podrá ser certificado por el Instituo Gemológico Suizo. Y ya sabemos que, como dicen los joyeros en vísperas del Día de San Valentín, Un diamante es para siempre.

No hay comentarios: